lunes, 7 de noviembre de 2016

The New Yorker: Venezuela, un estado fallido

Noviembre 07, 2016.- El laureado periodista William Finnegan escribió un artículo para el diario The New Yorker en el que relata su experiencia por la actualidad venezolana y describe de primera mano las precarias condiciones de salubridad en las que encontró en un hospital público de Valencia, el ejemplo de inseguridad y crímenes violentos que ocurrió justo cuando transitaba por el Hatillo y los testimonios que recopiló de trabajadores de Empresas Polar, extranjeros que emigraron a Venezuela hace años y políticos de la oposición.




 A continuación puede leer un extracto del reportaje de Finnegan:

 El que una vez fue el país más rico de Sur América, se ha convertido en el Estado con el mayor índice inflacionario del mundo y está plagado de hambre y crímenes violentos ¿Cómo llegó a suceder esto?


El estudiante de medicina me dijo que usara su nombre. Dijo que no le importaba. “Maduro es un burro”, dijo. “Un imbécil”. Se refería a Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela. Nos encontrábamos caminando por los pabellones de amplio hospital público de Valencia, una ciudad de -cuando mucho- un millón de personas, a 160 kilómetros de Caracas. Los pasillos eran tenues y sofocantes, espesos con un hedor aterrador. Algunos estaban llenos de pacientes que esperan en silencio en largas filas fuera de las salas de examen. Otros estaban oscuros y desérticos con la iluminación del techo arrancada. El estudiante de medicina, esbelto y de cabello claro, nos mantuvo en movimiento, atravesando el vaivén de las puertas mientras hablaba con colegas en batas de color azul.

Entramos en una sala de repleta camas oxidadas y barriles de plástico sucios. Un joven delgado reposaba sobre una cama sin sábanas en una esquina. Cerca de él se encontraba una joven que vestía una camiseta de color rosa. El estudiante de medicina preguntó amablemente si accederían a responder mis preguntas. El joven asintió. Su nombre era Néstor, tenía 21 años. La mujer que lo acompañaba se llamaba Gracia. Tres semanas antes, había sido emboscado mientras se trasladaba en su moto y recibió tres disparos, dos en el pecho y uno en el brazo izquierdo. “Ellos me iban a seguir disparando pero uno de los malandros dijo que ya estaba muerto. Se llevaron mi moto”. Néstor habló despacio, sin inflexiones. Las heridas en el brazo y el pecho estaban descubiertas, a medio curar, se veían oscuras y con sangre seca. Una solución salina goteaba en su brazo derecho y, a los pies de su cama, había un artefacto improvisado hecho de hilo y una vieja botella de plástico de un litro cuyo propósito no pude averiguar.


¿El hospital proporciona la solución salina?


“No, Gracia trajo”. También había traido la comida, el agua y, cuando podía encontrarlos, vendas, medicamentos para el dolor, antibióticos. Estas cosas sólo estaban disponibles en el mercado negro, a precios elevados, y el trabajo de Gracia, en un almacén, paga menos de un dólar al día.


“El hospital no da ni siquiera agua”, dijo el estudiante de medicina. Estaba observando el pasillo. Diagnosticó a Néstor brevemente. “Los pulmones se llenan de líquido después de que alguien recibe un disparo en el tórax”, me dijo. “Por lo general tomamos la bala si podemos. Pero, en cualquier caso, las heridas necesitan ser drenadas”.


¿La policía está investigando el robo?


Nestor miró hacia abajo. La ingenuidad de la pregunta lo dejó sin palabras. Venezuela tiene, por diversas razones, la tasa de crímenes violentos más alta del mundo y menos del 2% de los delitos denunciados son procesados.


“Nos tenemos que ir”, dijo el estudiante de medicina. Gracia y Néstor nos agradecieron. El estudiante de medicina estaba preocupado por lo que calificó como “espiar.” Él me ayudó a ingresar en secreto al hospital por una puerta trasera rota. Las entradas regulares al hospital están resguardadas por personal uniformado con fusiles de la Guardia Nacional. Los Hospitales en Caracas están aún más vigilados ¿Por qué los hospitales están fuertemente resguardados por organismos de seguridad? Los guardias tenían órdenes de mantener alejados a los periodistas, porque habían salido a la luz pública imágenes que avergonzaban al gobierno nacional.


La mayoría de los ascensores estaban fuera de servicio, por lo que tuvimos que utilizar las escaleras. El estudiante de medicina me dijo que por las noches las escaleras eran muy peligrosas por los asaltantes. Pero, ¿cómo podrían los delincuentes burlar a los guardias? “Ellos trabajan juntos” dijo. “Ellos comparten”. Me llevó por un pasillo sucio a una pesada puerta, que resquebrajó. Más allá de ella, pude ver un pasillo iluminado con paredes recién pintadas de color azul claro y un pulido suelo de baldosas blancas. “Esta es la zona que muestran a los visitantes”, susurró. Me miró para asegurarse de que entendí.


Me presentaron a un cirujano que me llevó afuera para conversar. Nos quedamos de pie bajo un techo de zinc, cerca de montones de basura y un muelle de carga. El cirujano era barbudo, corpulento y nervioso. Parecía agotado. No quería que yo supiera su nombre, y mucho menos que lo usara en mi artículo. “No tenemos herramientas básicas de trauma, suturas, guantes, clavos, placas”. Se pasó una lista de medicamentos que no están disponibles, incluyendo ciprofloxacina, un antibiótico de uso múltiple, y clindamicina, un antibiótico barato. Los médicos han perdido pacientes quirúrgicos porque no tenían adrenalina. Aún se podían hacer algunos tipos de análisis de sangre, pero para algunas pruebas como la hepatitis o el VIH / sida no era posible. El suministro de electricidad también era un problema. En un momento dado, la sala de operaciones llegó ha estar cerrada por una semana. La lista de espera para cirugía alcanzaba los tres meses. En Maracaibo, una ciudad importante más hacia el oeste, los cirujanos habían tenido que operar con la linterna del teléfono celular.

 El cirujano se dirigió hacia el interior. Los médicos habían sido despedidos, lo sabía, por hablar con la prensa, incluso por el simple hecho de presentar quejas sobre las condiciones del hospital. El gobierno no quiere recibir denuncias.


La salud pública en Venezuela está, de hecho, empeorando rápidamente. En 1961, Venezuela fue el primer país declarado libre de la malaria. Ahora su sólido programa de prevención de malaria se ha derrumbado, y hay más de un centenar de miles de casos de malaria anuales. Otras enfermedades y dolencias que habían sido exterminadas también han regresado, tales como: la malnutrición, la difteria, la peste. El gobierno da a conocer algunas estadísticas, pero se estima que uno de cada tres pacientes ingresados ​​en un hospital público en la actualidad muere allí.

 http://sumarium.com/the-new-yorker-venezuela-un-estado-fallido/

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